cierto es que en lo más recóndito del espíritu humano quedaba siempre el germen de la incertidumbre. La manera de ver e interpretar el mundo (cosmovisión) que tenían algunos pensadores griegos de la antigüedad, como realidad sin principio ni fin, contrastaba con la visión creacionista de otros muchos pueblos coetáneos. La mayor parte de las civilizaciones del Creciente Fértil, por ejemplo, a las que pertenecía el hombre de la Biblia, siempre entendieron el universo como producto de la creación divina.
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